De eso que un día, no se sabe cómo aunque sí el porqué, decidís
dar un paso más en vuestra relación y casaros. Y no, no sabes la que se te
viene encima. Todo te parece maravilloso cuando se lo anuncias a tus padres, a
tu suegra, a cuñados y demás familia. Todo te sigue pareciendo estupendo cuando
te imaginas vestida de novia, viendo a tu futuro marido esperándote, tan guapo
él, para daros el sí quiero.
La vida me parecía maravillosa. Era la persona
más feliz y con más baraka de la historia de la humanidad. Y , por
supuesto, decidimos, entre los dos (que conste), firmar el contrato con el
hotel donde celebraríamos el banquete de nuestra boda. Y desembolsar, 5 meses
antes, la paga y señal (no fuera a ser que saliéramos corriendo cuando nos
viéramos ante el avecinado jaleo). Quedamos con la persona del hotel
encargada de ayudarnos a organizar nuestra boda.
Éramos inmensamente afortunados. Mi novio,
libra, profundamente indeciso. Servidora, también libra, muy equilibrada pero
con dudas desde el momento de su nacimiento. "Un milagro", me decía a
mí misma momentos antes de sentarnos a firmar. Los dos libras más indecisos de
la historia de los libra y ya tenemos la mitad de la boda atada.
Pero de repente, sin casi percatarme del golpe,
una pedrada destrozó el cristal rosa
de las gafas con las que había estado viendo la organización
de la boda. No
es por presumir, pero mi futuro marido es un tipo listo, muy listo, y también
muy rápido. En cuanto abrió el dossier que contenía el contrato, detectó el
error.
Y ahí, en letra bien pequeñita, aparecía la
hora de inicio del aperitivo previo al banquete. 20.30 horas. ERROR. "Si
la ceremonia religiosa empieza a las 18.00 horas, el aperitivo debe empezar,
como muy tarde, a las 20.00 horas", le comentaba mi novio. "No se
puede empezar antes de las 20.30 horas", nos explicaba la chica con mucha
paciencia y tacto al ver el jeto de mi futuro marido. "Es un hotel y la
piscina cierra a las 20.00. Entre que quitamos las hamacas, salen los últimos
clientes y demás, el jardín con el aperitivo estará montado a las 20.30
horas", añadía ella toda prudente. "Pero no os preocupéis, que entre
que salís de la iglesia, que si fotos y demás, los invitados llegarán como muy
pronto a las 20.00 horas. Si llegan antes de las 20.30 horas les ofrecemos una
copita de cava y los sentamos en el atrio de al lado del jardín, mientras
nuestro personal acaba de despejar el lugar del aperitivo".
"En otra boda no sé, pero en la mía no
voy a permitir que alemanes piscineros en chanclas salgan del jardín por
delante de mis invitados vestidos para la ocasión, que encima estarán viendo
cómo montan el aperitivo al que van a asistir. No, no y no", sentenció mi
querido libra.
Una, que conoce a su futuro maromo, sabía la
que se le venía encima. La chica, que no conoce de nada al futuro maromo,
también lo sabía. "En vez de firmar hoy, si queréis os lo miráis con calma
esta semana y si os parece bien firmamos el viernes que viene", decía ella
cautamente.
Así que nos despedimos de la chica, y se
desató la tormenta. A
cinco meses de la boda, no teníamos restaurante. Ni plan B. La suerte, de la
que me creía dueña vitalicia, me había abandonado. Tocaba empezar a buscar de
nuevo, ya con menos posibilidades que antes de encontrar un restaurante
disponible, con menos paciencia y con una bronca que sólo un cristal rosa nuevo
ha podido solucionar. Estoy arriba de nuevo, amigos, no desesperéis.
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