lunes, 11 de febrero de 2013

La primera pedrada, en todo el ojo


De eso que un día, no se sabe cómo aunque sí el porqué, decidís dar un paso más en vuestra relación y casaros. Y no, no sabes la que se te viene encima. Todo te parece maravilloso cuando se lo anuncias a tus padres, a tu suegra, a cuñados y demás familia. Todo te sigue pareciendo estupendo cuando te imaginas vestida de novia, viendo a tu futuro marido esperándote, tan guapo él, para daros el sí quiero.

El mundo rosa sigue en niveles máximos cuando hablas con tus amigas sobre el futuro día más feliz de tu vida. Algunas de ellas, con la experiencia a sus espaldas de haber organizado una boda, alaban tu capacidad y la suerte que has tenido de haber conseguido fecha de boda en una de las mejores iglesias de la provincia de Barcelona, con una gran lista de espera, y que encima hayas encontrado restaurante disponible a la primera. “No busquéis más restaurantes”, me decía la mayoría, “si os ha gustado y os ofrece todo lo que pedís no os lo penséis más. Firmad con ellos”. No os voy a engañar. Me vine arriba.

La vida me parecía maravillosa. Era la persona más feliz y con más baraka de la historia de la humanidad. Y, por supuesto, decidimos, entre los dos (que conste), firmar el contrato con el hotel donde celebraríamos el banquete de nuestra boda. Y desembolsar, 5 meses antes, la paga y señal (no fuera a ser que saliéramos corriendo cuando nos viéramos ante el avecinado jaleo).  Quedamos con la persona del hotel encargada de ayudarnos a organizar nuestra boda.

Éramos inmensamente afortunados. Mi novio, libra, profundamente indeciso. Servidora, también libra, muy equilibrada pero con dudas desde el momento de su nacimiento. "Un milagro", me decía a mí misma momentos antes de sentarnos a firmar. Los dos libras más indecisos de la historia de los libra y ya tenemos la mitad de la boda atada.

Pero de repente, sin casi percatarme del golpe, una pedrada destrozó el cristal rosa de las gafas con las que había estado viendo la organización de la boda. No es por presumir, pero mi futuro marido es un tipo listo, muy listo, y también muy rápido. En cuanto abrió el dossier que contenía el contrato, detectó el error.

Y ahí, en letra bien pequeñita, aparecía la hora de inicio del aperitivo previo al banquete. 20.30 horas. ERROR. "Si la ceremonia religiosa empieza a las 18.00 horas, el aperitivo debe empezar, como muy tarde, a las 20.00 horas", le comentaba mi novio. "No se puede empezar antes de las 20.30 horas", nos explicaba la chica con mucha paciencia y tacto al ver el jeto de mi futuro marido. "Es un hotel y la piscina cierra a las 20.00. Entre que quitamos las hamacas, salen los últimos clientes y demás, el jardín con el aperitivo estará montado a las 20.30 horas", añadía ella toda prudente. "Pero no os preocupéis, que entre que salís de la iglesia, que si fotos y demás, los invitados llegarán como muy pronto a las 20.00 horas. Si llegan antes de las 20.30 horas les ofrecemos una copita de cava y los sentamos en el atrio de al lado del jardín, mientras nuestro personal acaba de despejar el lugar del aperitivo".

"En otra boda no sé, pero en la mía no voy a permitir que alemanes piscineros en chanclas salgan del jardín por delante de mis invitados vestidos para la ocasión, que encima estarán viendo cómo montan el aperitivo al que van a asistir. No, no y no", sentenció mi querido libra.

Una, que conoce a su futuro maromo, sabía la que se le venía encima. La chica, que no conoce de nada al futuro maromo, también lo sabía. "En vez de firmar hoy, si queréis os lo miráis con calma esta semana y si os parece bien firmamos el viernes que viene", decía ella cautamente.

Así que nos despedimos de la chica, y se desató la tormenta. A cinco meses de la boda, no teníamos restaurante. Ni plan B. La suerte, de la que me creía dueña vitalicia, me había abandonado. Tocaba empezar a buscar de nuevo, ya con menos posibilidades que antes de encontrar un restaurante disponible, con menos paciencia y con una bronca que sólo un cristal rosa nuevo ha podido solucionar. Estoy arriba de nuevo, amigos, no desesperéis.

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