Juro que teníamos esperanza. Lo juro. La teníamos. “Que no
cariño, que el hotel no va a perder el pastón que vamos a pagar por el banquete
por no cerrar media horita antes la piscina a cuatro parejas de alemanes
piscineros”, le insistía yo a mi maromo. Aunque pensándolo bien, él ya me
miraba con el ceño fruncido. Así que disculpen, rectifico. La esperanza sólo la
conservaba yo. Estaba absolutamente convencida de que en época de crisis un
hotel no iba a dejar escapar un suculento banquete para 150 personas.
Como habrán intuido, me
equivocaba. Profundamente. Aunque no lo expliqué en el anterior post, la
encargada de organizar la boda, en el hotel que no he mencionado por no
hundirles el negocio (aunque se lo merecen y mucho, ¿no les parece?), nos
tranquilizó, o lo intentó, asegurándonos que consultaría con dirección la
posibilidad de cerrar treinta minutos antes la piscina. “No les garantizo que
lo consiga, pero haré todo lo posible”, explicaba la dulce wedding planner (perdónenme, en momentos de estrés me pongo de un
moderno insoportable). “El martes le llamo y le digo algo”, dijo mirando a los
ojos de mi contrariado novio.
Y llegó el martes. Pero no
llamó (la muy cobarde). Ni tan siquiera se atrevió a enviarle un e-mail a mi
querido libra. Me lo envió a mí. Yo era la blanda del grupo, siempre lo fui,
hasta ella lo había notado. No les voy a copiar el desafortunado e-mail, pero
venía a decir lo siguiente: lo sentimos mucho, pero no vamos a privar a los
citados piscineros de los servicios que han pagado en pleno mes de julio. De
todas formas les enviamos el contrato por si todavía les interesa.
Y se quedó tan ancha. ¿Hace falta que les
diga dónde acabó el e-mail que contenía el contrato? Por si aún les queda alguna
duda, les indico que no fue en la papelera. Fue en la carpeta de SPAM. Me han
hecho daño, entiéndanlo. Y ha pasado un día y me sigue doliendo. No me digan
ustedes, no es para menos. Los alemanes piscineros con chanclas y calcetines
les importan más que una feliz pareja de inocentes casaderos.
Así que no señores, no. No
hemos avanzado nada desde la tormenta del pasado viernes. Todo ha
empeorado. Y encima han tocado mi orgullo y disparado mi mala leche.
El viernes nos toca maratón de
visitas a restaurantes varios. Pero ya se lo aviso. Escoger restaurantes se
está convirtiendo en mi peor pesadilla, sueño hasta con ello. Y cada noche, se
lo prometo. Por el bienestar de mi salud mental deseo que sólo nos guste uno de
los ocho hoteles/restaurantes con los que mi apreciado futuro marido ha tenido
a bien contactar. Aunque ya lo sabrán, no está de más recordarlo. Somos libras.
Los dos. Indecisos, mucho. Y ahora también con el orgullo tocado por una banda
de piscineros con calcetines y chanclas.
Por todo lo que se me avecina este viernes, y porque me lo querría evitar, me voy a permitir enviarle desde aquí un mensaje a la mencionada
organizadora de bodas:
Si me lees y te arrepientes,
llámame. Sería capaz hasta de perdonarte y olvidar a los piscineros alemanes
con chanclas y calcetines. Y tan sólo por una horita extra más de barra libre.
Gratis, claro. Siempre fui una blanda.
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